Fragmentos insurreccionales

Fragmentos insurreccionales  

Marcello Tarì



[Es este un texto importante para nosotras porque apunta, ya en 2011, algunas de las cuestiones esenciales necesarias para comprender "qué está pasando". Por esa razón hemos creído necesario traducir algunas partes, algo que no queremos hacer muy a menudo. La traducción está hecha a vuela pluma, forzando a veces el idioma, pero queriendo respetar la intensidad del texto y las ideas. 
El texto está completo en italiano más abajo. Fue publicado en Alfabeta2 hace unos dos años.]

En tiempos excepcionales fenómenos normalmente considerados marginales devienen esenciales y delinean lo común de una época. Estamos viviendo uno de esos tiempos.

Empezar en medio

Se había pensado que palabras como insurrección, revolución, anarquía y comunismo habían sido recluidas para siempre en estrechos ambientes "antisistema" y que no quedaba, en el mejor de los casos, más que repetir cada otoño el ritual movimentista. Pero hoy, en presencia de movimientos insurreccionales difusos, son los movimentistas quienes propiamente se encuentran en minoría. [...]

De hecho, es de verdad imposible no conseguir vislumbrar en su fría secuencialidad la cadena insurreccional que desde la revuelta de las banlieues francesas del 2005 corre hasta los disturbios del último agosto inglés. En medio – son este tipo de secuencias históricas las que muestran qué quiere decir empezar en medio – están el incendio de Copenhagen, la revuelta contra el CPE, la interminable insurgencia griega, la guerrilla de Campania, la insurrección en los países del norte de África, el bloqueo de las refinerías en Francia, el 14 de diciembre romano, la batalla del 3 de julio en Val de Susa y tantos otros fragmentos  – una fiesta, un encuentro, una frase  –  que resuenan el uno con el otro distorsionando finalmente la triste sinfonía imperial que hasta hace solamente muy poco recomenzaba idéntica, siempre desde el principio, profundizando el aburrimiento de un mundo sin forma. La forma, de hecho, se define no por la reconciliación sino por la guerra entre dos principios, decía el viejo Lukàcs. Y la forma ha llegado, al fin. Podemos entonces repetir, intensificando la polarización: la forma común viene dada por una incesante reelaboración del enfrentamiento local entre formas de vida. Toda una redefinición de la sensibilidad se juega en esta ruptura del ciclo neurótico de los "movimientos sociales".

Si conseguimos hoy sentir la época como una verdad, es decir como un hecho que tenemos en común , lo debemos a este ritmo insurreccional que imprime una forma dentro del tiempo. Tiempo y forma que tienen el aspecto de una guerra por la definición de la vida misma, pues se elaboran en todas partes como insurrección contra ese ambiente, hostil porque inhabitable, que se concreta en la invasiva positividad de la metrópoli. Mas, definiéndose así, se despide también de las más variadas definiciones de la guerra que de una parte a otra lo refieren todo a una cuestión militar.

Nueva dinámica insurreccional: formación de máquinas de guerra no-militares, por lo tanto imposibles de ser recuperadas por la esfera estatal de la representación pero también por la expresividad informe del Imperio. Es verdad, repitámoslo, son fragmentos: ¿cómo podrían no serlo todos estos momentos, cosas, cuerpos, afectos que circulan y se levantan contra un dominio que se quiere totalidad? Los fragmentos buscan lo común y no la totalidad, que al contrario quieren destruir. La sociedad, en este sentido, es una ficción que se auto-denuncia en cuanto tal, mientras una lluvia incesante de fenómenos "marginales" hace colapsar cada uno de los principios que presiden el mantenimiento del civismo. Fragmentos y fragmentos y otra vez fragmentos que resuenan de un lado a otro del mundo denotando una crisis que antes que económica es de orden metafísico. No serán ciertamente demandas del tipo "alternativa de gobierno" o "fiscalidad única europea" las que conseguirán poner de acuerdo aquello que es incomponible.

Pero es propiamente en este vivirse por fragmentos, de hecho, que nuestro tiempo es mesiánico y que la cuestión del comunismo aparece en su insuperable actualidad.



[...]

Fragmentos del comunismo

Pero los acontecimientos nos han mostrado algunas enseñanzas y con mucha claridad:

- El poder no está en el Parlamento o en cualquier otro lugar de la política, sino que está reabsorbido en las infraestructuras que nos circundan, en las corporaciones y en los dispositivos que gestionan la vida cotidiana, el poder es por lo tanto difuso porque es local exactamente como locales son las formas de vida;

- La manipulación de la sensibilidad que el Imperio gestiona globalmente a través de la inmensa retícula de los dispositivos comunicativos puede ser contrastada y eventualmente depuesta no tanto, banalmente, a través del uso alternativo de los mismos dispositivos, sino haciendo localmente consistente un territorio que entra en secesión, inaugurando así una experimentación sin fin;

- Si es verdad que la metrópoli es de hecho la concentración de dispositivos de control y de producción, hoy en día indistinguibles entre ellos, entonces es evidente porque la tensión insurreccional se juega hoy entre rechazo y secesión, entre destrucción y éxodo de la metrópoli, así como por otro lado la actividad subversiva del siglo pasado actuó confrontándose a la fábrica;

- La condición existencial que comunmente nos encontramos viviendo no puede ser definida a través de la posición que se ocupa en el mercado, en el consumo  o en el trabajo pero podemos aproximarnos a partir del estado de desposesión que compartimos a nivel de la vida misma, del lenguaje e incluso de los sueños: no puede oponerse a la economía política otra economía política, sin embargo podemos oponer a la economía una decidida política del habitar como por ejemplo, en Italia, vemos mostrarse con más claridad en Val de Susa pero que no es de hecho difícil entrever en las plazas ocupadas del euromediterráneo o en algún experimento próximo de existencia compartida.

Por lo tanto, para quien quiere hoy organizarse son al menos dos las dimensiones a partir de las cuales esto puede hacerse: sea localmente, construyendo las condiciones materiales y espirituales de la secesión – comunas, bases rojas, agujeros en la metrópoli – sea globalmente, construyendo una nueva Internacional en la cual los fragmentos dispersos adquieran una justa configuración estratégica.

Hoy, a la fuerza, el comunismo  no significa otra cosa que el arte de componer estos fragmentos insurreccionales en un devenir revolucionario.

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Os dejamos a continuación el texto completo en italiano.
Frammenti insurrezionali
Marcello Tarì


In tempi eccezionali fenomeni normalmente considerati marginali diventano essenziali e delineano il comune di un’epoca. Stiamo vivendo uno di quei tempi.

Partire dal mezzo

Si era pensato che parole come insurrezione, rivoluzione, anarchia e comunismo fossero state per sempre rinchiuse in esangui ambienti «antisistema« e che non restasse, al meglio, che ripetere a ogni autunno il rituale movimentista. Ma oggi, in presenza di movimenti insurrezionali diffusi, sono proprio i movimentisti a ritrovarsi minoritari. Alcuni sono in affannosa ricerca di una nuova rappresentanza, se non di una narrazione di governo che si aggrappa alla capacità di resistere di un non meglio specificato «ceto medio», mentre i circoli del radicalismo si trovano espropriati della loro identità costruita proprio sull’assenza dell’insurrezione.

Sta di fatto che è davvero impossibile non riuscire a scorgere nella sua fredda sequenzialità il concatenamento insurrezionale che dalla rivolta delle banlieues francesi del 2005 corre sino ai riot dell’ultimo agosto inglese. In mezzo – sono queste tipo di sequenze storiche che mostrano cosa vuol dire partire dal mezzo – c’è l’incendio di Copenaghen, la rivolta contro il Cpe, l’interminabile insorgenza greca, la guerriglia in Campania, le insurrezioni nei paesi del Nordafrica, il blocco delle raffinerie in Francia, il 14 dicembre romano, la battaglia del 3 luglio in Val di Susa e tanti altri frammenti – una festa, un incontro, una frase – che risuonano l’uno con l’altro distorcendo finalmente la triste sinfonia imperiale che solo fino a poco tempo fa ricominciava identica, sempre daccapo, sprofondando nella noia di un mondo senza forma. La forma infatti è definita non dalla riconciliazione bensì dalla guerra tra due princìpi in lotta, diceva il vecchio Lukàcs. E la forma è venuta, infine. Potremmo dunque ripetere, intensificando la polarizzazione: la forma comune data da un’incessante rielaborazione dello scontro locale tra forme di vita. Tutta una ridefinizione delle sensibilità si gioca in questa rottura della ciclità nevropatica dei «movimenti sociali».

Se riusciamo oggi a sentire l’epoca come una verità, cioè come un fatto che abbiamo in comune, lo dobbiamo dunque a questo ritmo insurrezionale che imprime una forma dentro questo tempo. Tempo e forma che hanno l’aspetto di una guerra per la definizione della vita stessa poiché si elabora a ogni latitudine in quanto insurrezione contro questo ambiente, ostile poiché inabitabile, che si concretizza nella pervasiva positività della metropoli. Ma che, così definendosi, prende anche congedo dalle più svariate definizioni di guerra che da un lato e dall’altro riportano tutto a una questione militare.

Nuova dinamica insurrezionale: formazione di macchine da guerra non-militari, dunque impossibili a essere recuperate dalla sfera statuale della rappresentanza ma anche dall’espressività informe dell’Impero. È vero, ripetiamolo, sono frammenti: come potrebbero non esserlo tutti questi momenti, cose, corpi, affetti che circolano e insorgono contro un dominio che si vuole totalità? I frammenti cercano il comune e non la totalità, che invece vogliono distruggere. La società, in questo senso, è una finzione che si autodenuncia in quanto tale, mentre una pioggia incessante di fenomeni «marginali» fa collassare ogni principio che presiede alla tenuta della civiltà. Frammenti e frammenti e ancora frammenti che risuonano da un lato all’altro del mondo denotano una crisi che prima ancora che economica è di ordine metafisico. Non saranno certo richieste del tipo «alternativa di governo» o «fiscalità unica europea» a mettere d’accordo quello che è incomponibile.

Ma è proprio in questo viversi per frammenti, infatti, che il nostro tempo è messianico e che la questione del comunismo appare nella sua insuperabile attualità.

Critica della politica contro antipolitica

Il montare dell’ondata insurrezionale, in verità, era percepibile già da un lustro, giusto prima della controffensiva capitalistica del 2008. Il capitalismo ha cercato di andare ai ripari provando a produrre e gestire la crisi nell’unica maniera che ormai gli è propria: in modo apocalittico e nichilista. La politica è rimasta schiacciata dentro questa ridefinizione generale del conflitto. Riproporre dentro queste condizioni la litania della mediazione, del ripiegamento sulle istituzioni, dell’ennesima managerializzazione della protesta è sintomo di un fatto ben preciso e cioè della resistenza che i ceti politici oppongono a una critica pratica della politica che non fa che approfondirsi: ciò, in definitiva, è parte della guerra in corso.

Critica della politica non equivale ad antipolitica, questo sentimento piccolo borghese che nella pratica ottiene il risultato di far sopravvivere la politica che a parole si dice di disprezzare. L’antipolitica è una politica che vuole allontanare il conflitto tra il partito dell’ordine e quello dell’insurrezione, scongiurare lo scontro tra sensibilità ostili scommettendo sul diritto, sull’universalismo e sull’indignazione dei cittadini e cioè sul continuo differimento della guerra. Così facendo essa riesce solo a dare un po’ di ossigeno a quella politica che giustamente tutti i popoli che insorgono hanno in odio. L’insurrezione, come sua critica immediata, rende esplicito il fatto che la politica ormai non è più al centro della scena, e quella che passa per tale serve solo a occultare il suo posto vuoto. Idem vale per la democrazia.
Dicevamo all’inizio che si tratta di un unico concatenamento, spaziale e temporale, che si è via via delineato in quanto sequenza destituente. Lasciamo quindi cadere la presunta virtù costituente se non addirittura costituzionale delle attuali insurrezioni: a veder bene il giochino costituente, in modo del tutto esplicito nell’area dei paesi nordafricani, viene utilizzato per neutralizzare i popoli che si sono rivoltati contro l’ordine esistente, per tagliarne fuori la potenza. In ogni caso sono canzoni che propongono sempre di far rimare costituzione con soggetto, due concetti cadaverici.

Lasciamo anche cadere l’euforico godimento di chi si bea nell’ammirazione soddisfatta del gesto in sé e per sé: di tutto abbiamo bisogno tranne di una ideologia della sommossa.

C’è in effetti un vizio comune tanto al riformismo radicale che all’insurrezionalismo che consiste nel dedurre dalle insorgenze la prova della giustezza delle loro ipotesi ideologiche, ovvero la conferma dei ragionamenti che facevano prima che gli eventi cominciassero a smentirli. E quindi, all’indomani di un’insurrezione, dobbiamo assistere invariabilmente al dibattito sulle sue conseguenze. Se per gli uni le insurrezioni devono significare un appello per un nuovo welfare o per una nuova tornata elettorale, per gli altri assumerà il senso di una sorta di approvazione misterica della mancanza di strategia che li contraddistingue. Se i secondi sono allergici ai grandi movimenti di massa, i primi lo sono a qualsiasi cosa che faccia brillare il fatto che, sì, la rivoluzione è possibile. Il piagnisteo, infine, di coloro che non riescono a vedere nessuna «prospettiva» in queste distruzioni sans phrase, chiude il cerchio dell’impotenza militante.

L’insurrezione ci chiama ad abitare il suo accadere, a muoversi dentro la sua temporalità, mentre cercare di abitare la durata nel prima e nel dopo di essa vuol dire logicamente cercare di evadere da questo tempo.

La fecondità di un’azione, diceva qualcuno, è all’interno di se stessa. Sono le azioni cattive che di solito si fanno misurare dalle loro «conseguenze». Se assumiamo questa angolazione, davanti a Piazza Tahrir,  ai magazzini incendiati o ai rioters romani, c’è un solo un modo corretto di porsi ed è quello di rimanere fedeli alla loro fenomenalità. Non serve voler vedere oltre o dietro di essa, o scrutare gli aruspici: se dobbiamo scegliere, tra i cinque sensi scegliamo il tatto.

Come operano queste insurrezioni? Ognuna cerca di destituire violentemente l’istituzione percepita immediatamente come nemica e che si trova, per congiuntura storica, a poter percorrere distruttivamente con maggior facilità: lì è il potere dispotico-paternalista, là è la merce e i suoi templi, laggiù è l’economia e i suoi flussi, lassù una grande opera, qui è la politica, lì ancora è la società in quanto tale a essere attaccata. Deporre le istituzioni, una dopo l’altra, questo il senso di marcia. Ciascuna insurrezione ha in se stessa, nelle sue evidenze pratiche, la propria prospettiva. Se c’è una costante, rinvenibile in tutte le rivolte in corso, essa consiste nell’avversione dei popoli all’unico dispositivo di governo con il quale, ovunque, ci si ritrova concretamente ad aver a che fare: la polizia. È essa di fatto a rivestire oggi l’unico presidio materiale del potere governamentale della modernità.

Tuttavia questa capacità destituente, forse proprio a causa del fatto di affrontare volta a volta un singolare aspetto istituzionale, sembra non divenire potenza destituente del potere imperiale, cioè a farsi rivoluzione. Bisognerà forse percorrere tutte le insurrezioni, destituire ciascuna istituzione, disattivare la miriade di dispositivi metropolitani, per avvicinarci a quella potenza?

Frammenti del comunismo

Però alcuni insegnamenti gli eventi li hanno mostrati e con molta chiarezza:

- Il potere non è nel Parlamento o in un qualsiasi altro luogo della politica, esso è riassorbito nelle infrastrutture che ci circondano, nelle corporation e nei dispositivi che gestiscono la vita quotidiana, esso è dunque diffuso perché è locale esattamente come locali sono le forme di vita;

- La manipolazione delle sensibilità che l’Impero managerializza globalmente attraverso l’immenso reticolo di dispositivi comunicativi può essere contrastata ed eventualmente deposta non tanto, banalmente, attraverso l’uso alternativo degli stessi dispositivi, ma facendo consistere localmente un territorio che entra in secessione, inaugurando così una sperimentazione senza fine;

- Se è vero che la metropoli è di fatto la concentrazione dei dispositivi di controllo e di produzione, ormai indistinguibili tra loro, allora è evidente il perché la tensione insurrezionale si giochi oggi tra rifiuto e secessione, tra distruzione e esodo dalla metropoli, così come d’altra parte l’attività sovversiva del secolo scorso agì nei confronti della fabbrica;

- La condizione esistenziale che comunemente ci troviamo a vivere non può essere definita attraverso la posizione che si occupa nel mercato, nel consumo o nel lavoro ma può essere approssimata a partire dallo stato di spossessamento che condividiamo a livello della vita stessa, del linguaggio e persino dei sogni: non si può opporre all’economia politica un’altra economia politica, in compenso possiamo opporre all’economia una decisa politica dell’abitare come per esempio, in Italia, vediamo mostrarsi con più chiarezza in Val di Susa ma che non è affatto difficile scorgere nelle piazze occupate dell’euromediterraneo o in qualche vicino esperimento di condivisione dell’esistenza.
Per chi vuole organizzarsi in questo tempo sono quindi almeno due le dimensioni a partire dalle quali questo è possibile: sia localmente, costruendo le condizioni materiali e spirituali della secessione – comuni, basi rosse, buchi neri nella metropoli – sia globalmente, costruendo quelle di una nuova Internazionale nella quale i frammenti dispersi acquisiscano una giusta configurazione strategica.
Il comunismo oggi forse non significa altro che l’arte di comporre questi frammenti insurrezionali in un divenire-rivoluzionario.